El destierro adolescente de los asientos del bondi, vino severo a notificar, el fin de su actividad escolar, por estas dos semanas. Y que se le va a hacer… A menos que adiestre mi intuición de distinguir los primeros asientos a desocuparse, no va a quedar otra que resignarse a viajar colgado del pasamano hasta bajarme en la próxima parada en mí itinerario matutino, donde ya con las luces de los postes apagándose y las veredas manguereadas por los porteros de los edificios, espero la llegada del 113.
Hace unas semanas estando en ese mismo lugar a igual hora, me pareció verla bajar de un auto sobre Av. San Martín, cruzó corriendo y se tomó el colectivo que va para Ramos. No la pude ver bien, porque justo el semáforo abrió y los autos que avanzaban me la taparon, ni siquiera sé por qué vino a mí mente que podía llegar a ser ella, la vi de espaldas solamente, pero diría que su forma de caminar la delataba. De cualquier manera no entiendo porque su figura por ese pequeño instante se instaló de vuelta en mi cabeza, si yo nada más pensaba en el reloj, en las fotos de las revistas del puestito de diarios, o en comparar al viento que sufría ahí parado, con otros vientos de mis lejanas épocas escolares, que según parece eran mucho más fríos.
Me disgustó un poco que me invadiera en ese entonces. Reconozco que la mañana me tiene acostumbrado a la total carencia de emociones, y debe ser por eso que cualquier cambio me llama la atención. De otra forma ni me hubiese dado cuenta de que hoy no había ningún chico sentado arriba del bondi.
-La mañana es así!. Salís de tu casa caminas hasta la otra esquina y de seguro ahí va estar antes que vos la chica de la campera con puños de piel, con la capucha puesta. Un minuto después va a llegar la colorada que tiene la cara redonda parecida al príncipe de Holanda, para luego subirnos los tres al mismo colectivo, sin cambiar nunca una mirada siquiera, a pesar de conocernos hace meses. Una vez en el viaje en la tercer parada subirá el personal trainer, como suelo decirle por debajo, con el pelo corto peinado con gel y su costoso equipo de gimnasia. Ya bordeando la plaza, la rubia con sus jeans apretados, marcándole la cola, saca boleto de $1,40, y una mujer de unos cincuenta y pico que recién sube, saluda a otra que casi siempre viene sentada delante de todo, al lado de la máquina; mientras en el fondo otra de anteojos, que se mantiene ajena a todo su alrededor, lee y subraya hojas de curriculums, apoyándolas en el portafolio que descansa sobre sus piernas. Así es la mañana, por lo menos la mía, y la de mis acompañantes de viaje, de los que sospecho que también la viven igual.
La otra vez aquella que cruzó la calle apurada por el semáforo casi como una sombra, vino a anunciarme nuevamente la presencia de ella. Como un atisbo premonitorio, a lo que me tocó vivir hoy en el 113.
Hoy subió. Sí , hoy subió!!, yo venía parado en el fondo, la vi y era ella. Pero no me importó demasiado. Quizás porque no era, se parecía un poco nada más. De entrada me di cuenta que era otra, con otro nombre y otra voz seguramente, pero aun así me dije a mi mismo que era ella de vuelta, por más que estuviese conciente de que no. Llevaba el mismo abrigo antiguo. Era una especie de Cardigan gastado y rojo, ajustado con un cinto liviano, igual al que solía usar, y le describía mejor su cintura, que casualmente coincidía con la de ella. Lo cual me resultó rarísimo, porque no es una prenda de moda, es inusual que la vistan hoy en día. Por obstinación del azar, desde el fondo del pasaje, podía confirmar como coincidía su manera de contestarle con una leve sonrisa, al gordo que le sacó el boleto y le charlaba de cerca a su boca, mientras me daba la espalda, que también guardaba una íntima semejanza con la de ella, sobretodo por la forma en la que veía caerle por encima, la ondulación de su pelo rubio y descuidado. Tendrían las dos la misma altura, pero aunque nutría con cada uno de los detalles que le descubría, su tenaz parecido, era en vano pensar que se tratara de ella. Hasta traté de jugar un poco en el momento que la vi atravesar la puerta. Desde la distancia que nos separaba, buscaba mirarla con un solo ojo, tapándome el izquierdo por ejemplo, y levantando una mano, para cubrir una parte de su cara, la de su nariz criminal, asesina de mi ensueño. La nariz era lo único que legitimaba la diferencia con la personalidad que tanto habría de anhelar. Era demasiado grande. Por eso es que decidí seccionarle levemente su rostro con la ayuda de dos dedos frente a mi ojo derecho, que era el que permanecía abierto. Así que por el espacio que tardó el gordo que la acompañaba, en meter las monedas en la maquina, jugué al feliz engaño.
El resto del viaje, me dio la espalda, lo que me daba de vuelta un leve indicio de que podía llegar a ser ella para mí, otro ratito más. Apenas cruzamos el puente de la General Paz, los dos se bajaron, y de manera desesperada me fui contra una de las ventanillas, para mirarla por última vez, y verla integra reluciendo su enorme nariz y darme cuenta de que por fin se trataba de otra.
Era el mes de Julio creo...
3 comentarios:
mis viajes en colectivo también son una aventura.... :)
y también me gusta mirar de reojo a los chicos lindos que suben de vez en cuando... :D
Paso a devolverte la visita. Como he encontrado un trozo de vida arrancado a la mañana, he aprovechado para leerlo.
Un saludo!
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