Había una vez un señor muy solitario, el cual supo querer y ha querido mucho.
Todo lo que quiso lo guardó con sumo cuidado en una cajita musical de color negro, que tocaba la serenata de Shubert cuando se abría su tapa de caoba, labrada en dibujos de furiosos dragones chinos.
Allí dentro estaba lo más importante de su vida, seguro y ajeno de cualquier mano descuidada que viniera a arruinarle su tesoro.
Todo permanecía intacto e inmutable.
De vez en cuando ese hombre abría el pequeño cofre para ojear de vuelta aquel día de lluvia, en el que regresó del colegio agarrado a la mano de su mamá; la noche que cerró los ojos al mismo tiempo que Caty para darle un beso, o ese verano que junto a sus primos salieron corriendo por el pasillo que daba al gallinero, tras romper el ventanal de casa de tía Estela. Todo se encontraba bien seguro ahí adentro.
Todo lo que quiso lo guardó con sumo cuidado en una cajita musical de color negro, que tocaba la serenata de Shubert cuando se abría su tapa de caoba, labrada en dibujos de furiosos dragones chinos.
Allí dentro estaba lo más importante de su vida, seguro y ajeno de cualquier mano descuidada que viniera a arruinarle su tesoro.
Todo permanecía intacto e inmutable.
De vez en cuando ese hombre abría el pequeño cofre para ojear de vuelta aquel día de lluvia, en el que regresó del colegio agarrado a la mano de su mamá; la noche que cerró los ojos al mismo tiempo que Caty para darle un beso, o ese verano que junto a sus primos salieron corriendo por el pasillo que daba al gallinero, tras romper el ventanal de casa de tía Estela. Todo se encontraba bien seguro ahí adentro.
Una vez terminado su ritual evocatorio, el señor cerraba la caja para guardarla en el mismo sitio, y dejaba de sonreír como tonto para recuperar su gesto costumbrista y parsimonioso.
En una ocasión, luego de haber repasado de manera visual, sus fantasías y vivencias, encendió uno de sus oscuros habanos y se sentó en el balcón como solía hacer las tardes soleadas. Él ya no sintió más alegría ni tristeza, porque ya nada quería. Todo aquello estaba bien resguardado una vez más.
Sin embargo ocurrió algo que lo salvó. Preso de un profundo sueño que se fue apoderando lentamente de su cuerpo, hasta acometerlo sobre su clásico y mullido sillón colonial, al tiempo que el cigarro se consumía entre sus dedos.
Fue solo cuestión de minutos. Las últimas expiraciones de esa apaciguada ignición alcanzaron la piel del sosegado hombre, que despertó en un ardiente grito de dolor.
Sin darse cuenta es libre nuevamente, ha vuelto a sentir.
FIN.
En una ocasión, luego de haber repasado de manera visual, sus fantasías y vivencias, encendió uno de sus oscuros habanos y se sentó en el balcón como solía hacer las tardes soleadas. Él ya no sintió más alegría ni tristeza, porque ya nada quería. Todo aquello estaba bien resguardado una vez más.
Sin embargo ocurrió algo que lo salvó. Preso de un profundo sueño que se fue apoderando lentamente de su cuerpo, hasta acometerlo sobre su clásico y mullido sillón colonial, al tiempo que el cigarro se consumía entre sus dedos.
Fue solo cuestión de minutos. Las últimas expiraciones de esa apaciguada ignición alcanzaron la piel del sosegado hombre, que despertó en un ardiente grito de dolor.
Sin darse cuenta es libre nuevamente, ha vuelto a sentir.
FIN.
Que foto tan , pero tan espontanea, no?