Creo que cuando escribimos, lo que hacemos es inventar una historia a modo de carta de rescate, pensando que el que la lea, va descifrar lo que ansiosamente pedimos escondido entre todas esas líneas.
Yo no pienso mentir encubriéndome en falsas alegorías, debo decir que tengo mucho miedo.
Me reconozco joven, poseedor de un cuerpo que no luce maltratado, sólo gracias a mi corto desempeño laborioso. Mi cara cansada, de rasgos que acentúan la notable tristeza de las fotos-carnet, me tornan avejentado para mis 22 años. Aunque el paso del tiempo sólo es percatado por las verduleras de origen boliviano, que al atenderme me consultan sobre mi pedido atribuyéndome el título de "Señor". Cuando hablo de éste deterioro rescatado por su visión "quechua" de mi realidad, creo que se debe a ese miedo del que les hablo. Miedo que permanece dormido cuando me veo enredado en problemáticas triviales que acaparan mi vida, ya sea por el trajín laboral, o por un estado de ensueño mayormente provocado por triunfos de la vida amorosa.
Cuando algunas de esas variables independientes una de otra, empiezan a tomar resultados adversos, éste monstruo dueño de mi constante temor cobra las fuerzas necesarias para huir de su letargo.
Hace unas semanas viajaba en colectivo a plaza Serrano a eso de las 2 de la mañana. El bondi estaba lleno de chicos que hablaban a viva voz e improvisaban un pseudo-Karaoke, que ya estaba colmando mi paciencia. A todo esto llegando a Villa Crespo, un anciano de más de 80 años que viajaba junto a esa tribu de energúmenos adolescentes, tocó timbre y se bajó sólo en una parada perdida, en las abandonas calles del barrio.
El viejo tenía dificultades para caminar y una famélica expresión que me partió el alma cuando di con su mirada. No se como decirlo, pero me vi a mi mismo en ese viejo solitario.
No se a donde podía ir a esa hora. Lo más probable es que volviera a su casa luego de visitar a un pariente desconsiderado que lo hacia viajar sólo, o de ver a un amigo enfermo que estaba internado. Capaz se iba a un puterio... La verdad, no lo sé.
Yo me lo imaginé caminando un par de cuadras recorriendo esos paisajes de persianas bajas de decenas de negocios de telas o casas de repuestos, con su paso moribundo hasta llegar al lugar, donde de seguro no hay nadie esperándolo. Donde tendrá miles de cosas que lo rodean y le hacen recordar historias que le dibujan muecas risueñas en sus labios, cosas que lo fueron todo en su momento y hoy ya no existen. Vigilado por las fotos de su habitación, donde se reencuentra constantemente a la mujer que amó y partió antes que él, o con sus hijos para los se ha convertido en alguien tan prescindible. Así se acuesta debajo de las frazadas agujereadas de rombos descoloridos, cada una de sus noches.
No se por que digo todo esto, porque cuando llegué a Palermo ya el viejo me importaba muy poco, pero su recuerdo se abalanza sobre mí y hace un ruido fuerte en mi cabeza como para despabilar el monstruo al que tanto le temo.
Hoy no tengo nada y se que todo lo que alcance al llegar a esa edad, me lo tendré que ganar con esfuerzo y ahínco.
No quiero caer en el remanido papel de víctima, pero muchas de las cosas que intenté no funcionaron y por estos días tengo que volver a elegir caminos que me lleven a ser alguien que lucre con esa efímera condición llamada felicidad.
Reconozco que pierdo mucho tiempo en elegir el camino que debo tomar. El camino incorrecto tiene una falsa salida que nos conduce a ninguna parte, nos lleva a la nada misma, ("la nada" es un terreno inexplorable que forma parte de los dominios del temido monstruo) en resumen "la nada" es el infierno. Por lo tanto no queda otro remedio que volver sobre nuestros pasos para elegir un nuevo camino desde el punto de partida. Esto no se puede tomar como un entero fracaso, porque para retornar a ese punto hay que conocer el camino de ida, y si uno fue lo suficientemente inteligente y precavido, ese tiempo de retorno debería ser más corto, en comparación al anterior.
Cuando hablo del monstruo infernal dueño de mi miedo, me refiero a una entidad sobrenatural que se apodera poco a poco de nosotros. Se nutre de las caídas y fracasos cotidianos.
En China se conoce a estos seres como los “Sian Gin”. Son espíritus muy antiguos que habitan en los bosques, cuidando a los árboles y animales que lo forman, y se encargan de tomar venganza de los cazadores o leñadores que osen invadir su territorio, absorbiendo toda la energía destructiva, y devolviéndola al bosque nuevamente. Los Sian Gin se instalan en las cabañas de aquellos hombres, y empiezan a alimentarse de sus energías vitales durante varios días. Es así que esta suerte trágica, suele provocarles severas e inexplicables enfermedades, que en ocasiones hasta pueden causar la muerte. Se dice que por cada hombre asesinado por estos espíritus terrenales, cae una lluvia de 7 días que puebla de verde vida, a los bosques de China.
También estos “Sian Gin” son los llamados Elementales de la tierra, dentro del lenguaje esotérico, los cuales se desenvuelven en un plano astral distinto al de los seres vivos, y en contadas ocasiones se dejan ver en parajes inaccesibles de los campos, pero rara vez ingresen en las ciudades.
Cuando uno de ellos se presenta lo hace como un ser insignificante, por su pequeño tamaño, sin causarnos el mínimo temor.
Gracias a su diminuta condición no nos damos cuenta en el momento que ingresa en nuestras vidas. Lo primero que hace es esconderse en algún lugar del hogar donde pase desapercibido. Por lo general descansa en la almohada y su primer alimento es el fruto de los sueños. Su voracidad es proverbial y en poco tiempo devora a los mejores pensamientos. Cuando menos lo creemos, las locuras que nos regaban de alegría, convierten a ese jardín de proyectos en un terreno estéril, donde solo los pequeños brotes que realzan sobre su árida tierra son de infaustas hierbas malas. De ésta manera los horizontes que trazábamos para nuestro futuro se empiezan a vislumbrar en un margen mucho más acotado. Poco a poco su ancho disminuye hasta el punto en que pensamos únicamente en el día de mañana y no mucho más allá que eso.
Así es como éste monstruo (O Sian gin en la china), va apoderándose de nosotros lentamente.
La segunda víctima es el humor, el cual desaparece o cambia de manera rotunda, ya que solemos volvernos personas tan ácidas como un caramelo FIZZ.
Lo más triste es que antes de apoderarse de los brazos y las piernas, con los cuales los movimientos se apaciguan y nos alejan de toda actividad deportiva, se adueña de nuestros ojos. Los ojos de las personas dominadas por el monstruo son más sensibles a la luz de lo común, por esa razón las personas afectadas andan cabizbajas, con el entrecejo fruncido y los parpados caídos. Sus ojos empiezan a distinguir menos los colores, y sin llegar al punto de la ceguera, estas personas viven en un mundo sin color, viven el mundo de los grises más acentuados.
Cuando esto sucede en alguien, es porque el monstruo ha vencido...Y esa persona ya no es la que conocía su entorno, porque la metamorfosis llegó a su fin. Esta entidad infernal consiguió su estado antropomórfico.
Ahora su trabajo es mucho más sencillo. Seguirá actuando de igual forma, tratando de absorber a todo el ámbito de la víctima.
Por eso las personas grises, son gente muy considerada y solidaria. Por eso no tienen amigos, están alejados de su familia, y son tan reacios a enamorarse. Deberíamos respetarlos más y quererlos, porque ellos nos quieren a nosotros y se alejan para protegernos y liberarnos de aquel monstruo.
Existe una única escapatoria para huir de esa entidad, pero se contradice con la personalidad de la gente gris.
Éste tipo de individuos se rigen por los aspectos mas rigurosos de la razón, motivo por el cual se alejan de sus seres queridos, y sin saberlo se equivocan. El escape es querer y entregar su alma a los demás, el escape es dejarse llevar por lo que dice el corazón y no la cabeza...
Es una solución muy pacata y al alcance de cualquier hijo de vecino; pero las respuestas a los problemas no son siempre las más difíciles.
Bueno, pienso que debería irme a dormir, y no demorar más mí tiempo escribiendo sobre estas cosas, pero me cuesta acostarme, hace un par de días que oigo murmullos en mi almohada.
Yo no pienso mentir encubriéndome en falsas alegorías, debo decir que tengo mucho miedo.
Me reconozco joven, poseedor de un cuerpo que no luce maltratado, sólo gracias a mi corto desempeño laborioso. Mi cara cansada, de rasgos que acentúan la notable tristeza de las fotos-carnet, me tornan avejentado para mis 22 años. Aunque el paso del tiempo sólo es percatado por las verduleras de origen boliviano, que al atenderme me consultan sobre mi pedido atribuyéndome el título de "Señor". Cuando hablo de éste deterioro rescatado por su visión "quechua" de mi realidad, creo que se debe a ese miedo del que les hablo. Miedo que permanece dormido cuando me veo enredado en problemáticas triviales que acaparan mi vida, ya sea por el trajín laboral, o por un estado de ensueño mayormente provocado por triunfos de la vida amorosa.
Cuando algunas de esas variables independientes una de otra, empiezan a tomar resultados adversos, éste monstruo dueño de mi constante temor cobra las fuerzas necesarias para huir de su letargo.
Hace unas semanas viajaba en colectivo a plaza Serrano a eso de las 2 de la mañana. El bondi estaba lleno de chicos que hablaban a viva voz e improvisaban un pseudo-Karaoke, que ya estaba colmando mi paciencia. A todo esto llegando a Villa Crespo, un anciano de más de 80 años que viajaba junto a esa tribu de energúmenos adolescentes, tocó timbre y se bajó sólo en una parada perdida, en las abandonas calles del barrio.
El viejo tenía dificultades para caminar y una famélica expresión que me partió el alma cuando di con su mirada. No se como decirlo, pero me vi a mi mismo en ese viejo solitario.
No se a donde podía ir a esa hora. Lo más probable es que volviera a su casa luego de visitar a un pariente desconsiderado que lo hacia viajar sólo, o de ver a un amigo enfermo que estaba internado. Capaz se iba a un puterio... La verdad, no lo sé.
Yo me lo imaginé caminando un par de cuadras recorriendo esos paisajes de persianas bajas de decenas de negocios de telas o casas de repuestos, con su paso moribundo hasta llegar al lugar, donde de seguro no hay nadie esperándolo. Donde tendrá miles de cosas que lo rodean y le hacen recordar historias que le dibujan muecas risueñas en sus labios, cosas que lo fueron todo en su momento y hoy ya no existen. Vigilado por las fotos de su habitación, donde se reencuentra constantemente a la mujer que amó y partió antes que él, o con sus hijos para los se ha convertido en alguien tan prescindible. Así se acuesta debajo de las frazadas agujereadas de rombos descoloridos, cada una de sus noches.
No se por que digo todo esto, porque cuando llegué a Palermo ya el viejo me importaba muy poco, pero su recuerdo se abalanza sobre mí y hace un ruido fuerte en mi cabeza como para despabilar el monstruo al que tanto le temo.
Hoy no tengo nada y se que todo lo que alcance al llegar a esa edad, me lo tendré que ganar con esfuerzo y ahínco.
No quiero caer en el remanido papel de víctima, pero muchas de las cosas que intenté no funcionaron y por estos días tengo que volver a elegir caminos que me lleven a ser alguien que lucre con esa efímera condición llamada felicidad.
Reconozco que pierdo mucho tiempo en elegir el camino que debo tomar. El camino incorrecto tiene una falsa salida que nos conduce a ninguna parte, nos lleva a la nada misma, ("la nada" es un terreno inexplorable que forma parte de los dominios del temido monstruo) en resumen "la nada" es el infierno. Por lo tanto no queda otro remedio que volver sobre nuestros pasos para elegir un nuevo camino desde el punto de partida. Esto no se puede tomar como un entero fracaso, porque para retornar a ese punto hay que conocer el camino de ida, y si uno fue lo suficientemente inteligente y precavido, ese tiempo de retorno debería ser más corto, en comparación al anterior.
Cuando hablo del monstruo infernal dueño de mi miedo, me refiero a una entidad sobrenatural que se apodera poco a poco de nosotros. Se nutre de las caídas y fracasos cotidianos.
En China se conoce a estos seres como los “Sian Gin”. Son espíritus muy antiguos que habitan en los bosques, cuidando a los árboles y animales que lo forman, y se encargan de tomar venganza de los cazadores o leñadores que osen invadir su territorio, absorbiendo toda la energía destructiva, y devolviéndola al bosque nuevamente. Los Sian Gin se instalan en las cabañas de aquellos hombres, y empiezan a alimentarse de sus energías vitales durante varios días. Es así que esta suerte trágica, suele provocarles severas e inexplicables enfermedades, que en ocasiones hasta pueden causar la muerte. Se dice que por cada hombre asesinado por estos espíritus terrenales, cae una lluvia de 7 días que puebla de verde vida, a los bosques de China.
También estos “Sian Gin” son los llamados Elementales de la tierra, dentro del lenguaje esotérico, los cuales se desenvuelven en un plano astral distinto al de los seres vivos, y en contadas ocasiones se dejan ver en parajes inaccesibles de los campos, pero rara vez ingresen en las ciudades.
Cuando uno de ellos se presenta lo hace como un ser insignificante, por su pequeño tamaño, sin causarnos el mínimo temor.
Gracias a su diminuta condición no nos damos cuenta en el momento que ingresa en nuestras vidas. Lo primero que hace es esconderse en algún lugar del hogar donde pase desapercibido. Por lo general descansa en la almohada y su primer alimento es el fruto de los sueños. Su voracidad es proverbial y en poco tiempo devora a los mejores pensamientos. Cuando menos lo creemos, las locuras que nos regaban de alegría, convierten a ese jardín de proyectos en un terreno estéril, donde solo los pequeños brotes que realzan sobre su árida tierra son de infaustas hierbas malas. De ésta manera los horizontes que trazábamos para nuestro futuro se empiezan a vislumbrar en un margen mucho más acotado. Poco a poco su ancho disminuye hasta el punto en que pensamos únicamente en el día de mañana y no mucho más allá que eso.
Así es como éste monstruo (O Sian gin en la china), va apoderándose de nosotros lentamente.
La segunda víctima es el humor, el cual desaparece o cambia de manera rotunda, ya que solemos volvernos personas tan ácidas como un caramelo FIZZ.
Lo más triste es que antes de apoderarse de los brazos y las piernas, con los cuales los movimientos se apaciguan y nos alejan de toda actividad deportiva, se adueña de nuestros ojos. Los ojos de las personas dominadas por el monstruo son más sensibles a la luz de lo común, por esa razón las personas afectadas andan cabizbajas, con el entrecejo fruncido y los parpados caídos. Sus ojos empiezan a distinguir menos los colores, y sin llegar al punto de la ceguera, estas personas viven en un mundo sin color, viven el mundo de los grises más acentuados.
Cuando esto sucede en alguien, es porque el monstruo ha vencido...Y esa persona ya no es la que conocía su entorno, porque la metamorfosis llegó a su fin. Esta entidad infernal consiguió su estado antropomórfico.
Ahora su trabajo es mucho más sencillo. Seguirá actuando de igual forma, tratando de absorber a todo el ámbito de la víctima.
Por eso las personas grises, son gente muy considerada y solidaria. Por eso no tienen amigos, están alejados de su familia, y son tan reacios a enamorarse. Deberíamos respetarlos más y quererlos, porque ellos nos quieren a nosotros y se alejan para protegernos y liberarnos de aquel monstruo.
Existe una única escapatoria para huir de esa entidad, pero se contradice con la personalidad de la gente gris.
Éste tipo de individuos se rigen por los aspectos mas rigurosos de la razón, motivo por el cual se alejan de sus seres queridos, y sin saberlo se equivocan. El escape es querer y entregar su alma a los demás, el escape es dejarse llevar por lo que dice el corazón y no la cabeza...
Es una solución muy pacata y al alcance de cualquier hijo de vecino; pero las respuestas a los problemas no son siempre las más difíciles.
Bueno, pienso que debería irme a dormir, y no demorar más mí tiempo escribiendo sobre estas cosas, pero me cuesta acostarme, hace un par de días que oigo murmullos en mi almohada.
Esto fue, lo primero que escribí, hace un par de años. Ya no escribo más.