Fue así que el aquel hombre dueño del mar aguardó el apercibimiento de su eterno amante, que no es otro que el inconmensurable cielo, que hoy se ve enfundado en un grisáceo pelaje lanudo, que inspira un punzante desamor; una clara certeza de repugnancia por todo lo que lo rodea. Allí mismo es donde hallamos el umbral de las divinidades, y la pureza eclesiástica, el ámbito donde conviven la serena brisa veraniega y la furia incontrolable de salvajes torbellinos, que llevan adelante la sencilla tarea de destrucción, estimulando la ardua y tenaz labor de perfeccionamiento en el hombre, que se impone ante semejante inclemencia con la fuerza y la obligación de refundar todo aquello acometido por esa violencia desatada, y construir un renovado mundo sobre los escombros del ayer.
El hombre celeste, se ha cansado de esa alargada espera, ávido del profundo desinterés de parte de su amado cielo, que yace espejado en el cristal de sus aguas, y disfruta obscenamente el despliegue de la belleza de su elocuente gama de colores, con total vanidad. Fue así como ese hombre dueño del mar, aceptó su triste realidad, y decidió alejarse de su amor no correspondido.
Primero lo intentó viajando a las profundidades de sus aguas, donde las penumbras lo envuelven en un su frío manto, simplificando la penosa tarea del olvido.
Luego probó por el cambio de destinatario a la hora de ofrecer su amor más sincero, y eligió a la arena de la playa, la misma que ha vivido enamorada del antes indiferente hombre celeste que la acariciaba diariamente, con su afable y enternecedor oleaje sobre sus costas, desde la génesis del mundo.
La arena había alcanzado el corolario de su estadía en esta tierra, maravillada de ostentar con el amor, por el que imploró durante siglos, y por el que jamás había conseguido una mísera atención.
El mar al igual que la arena por primera vez recibía una retribución por parte de su amante, sin embargo un profundo dolor amenguó la braveza con la que el hombre celeste le da vida a sus aguas. A medida que la arena brillaba en un fulgor resplandeciente aumentaba la dicha del paisaje, ensanchando su costa. Cuando ésta crecía pintando un cuadro donde el amarillo se transformaba en el color preponderante, la marea bajaba cada vez más su nivel. El mar inmerso en la hipocresía de ese falso amorío, empezó secarse y a oscurecer sus aguas que salpicaban de muerte a los animales y algas que lo habitaban. Al mismo tiempo la arena de la enorme y ensanchada costa, reverberaba sublime ante la mirada atónita de los desafortunados pescantes. Fue así que el hombre celeste no soportó más eludir a su verdadero amor, -El cielo-. Mientras el éxtasis y la algarabía se adueñaban de la playa, éste lloró.
Su enfermizo y desgarrador llanto hizo crecer nuevamente al mar, acotando el despliegue de la costa, para volver a fundirse en el horizonte con el diáfano cielo, reflejándolo como solía hacer desde un principio.
7 comentarios:
sos de acá cerquita, de Ramos..
gracias x pasarte x mi blog=)
no importa si las cosas tiene clubs de fan o no , no me guío por eso, sino simplemente por poner cosas que me gusten...... y si a mucha gente le gusta bienvenido sea.
saludos.
Diego gracias por pasar por mi blog. Prometo estos dias leerte con mas tiempo y comentar tus post!
Besos
Josefina
Me encanta tu blog pero lo que mas tus fotografias son geniales.
Gracias por leer mi blog, espero lo sigas por tiempo. Saludos
C.S.S
Sí, Andrelo se zarpa, es un capo.
Y tus firmas no las entiendo, aveces suenan a irónicas.. pero bueno. Saludos!
Muy lindo Diego... yo no te puedo creer que seas el mismo que despues se averguenza o tilda de "pavadas" las cosas que escribe...
Adhiero a Criss, las fotos del "costadito" son bonitas, sobre todo la "tarde de invierno" -ya que no tenia titulo me tome el atrevimiento para poder hacer referencia a ella- aun sabiendo que quizas me equivoco.
Besos!
Capricho arabe es una pieza preciosa. ¿Sabias que Francisco Tarrega era valenciano? Me relaja escucharla, creo que queda bien como fondo para la lectura. Un saludo.
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