Recuerdo las noches tranquilas en las que solo me hacia
falta un poco de Charly Parker de fondo y una hoja en blanco para evocarte.
Esperaba con el auto frente al semáforo en rojo, y a mi
izquierda la vi pasar caminando. Llevaba una cartera colgando de sus hombros.
Una de sus manos buscaba algo dentro de ella, mientras con la otra sostenía con
vigor un paraguas cerrado, de esos baratos que venden en la calle.
Veo solo una de tus manos, que adopta una posición
conservadora que empuña a un paraguas mojado. Posición que impide identificar
el color de tus uñas, que bien podría recordar más tarde, para escribirlo
frente a una hoja en blanco escuchando a Charlie Parker de fondo.
Te resulto indiferente detrás del vidrio de mi auto.
Cuando me toca avanzar lo hago lentamente para memorizar
detalles en tu andar que te desliza sobre las baldosas acanaladas del barrio de
flores.
Detalles descriptivos de tu figura, el rostro, tu pelo o la
forma en la que vestías; prefiero eludirlos porque solamente remitirían a
compararte con el recuerdo de diferentes mujeres que también coincidirán con
ribetes tuyos y de tantas otras que viven en la cabeza de otros hombres, que
quizás puedan leer sobre vos.
Elijo recordarte y no dar registro sobre el papel.
Al fin y al cabo tu destino se diluye como la última visión
que guardo de vos, luego de avanzar con la fila de autos bajo el semáforo en
verde. Figura seccionada en seis partes, por los hilos oscuros del desempañador
que atraviesan la luneta trasera del auto, figura con manos, que llevan las
uñas pintadas valla a saber de que color.