Las plumas de los patos se secan con el sol del domingo. Los blancos, los grises y pardos a pintitas, todos los patos son dignos de ver, pero es más que obvio que los que resaltan por el verde metalizado en su cabeza, son mis predilectos.
El olor del Porro, baila con el poco viento, que revienta las burbujas que hacen los chicos con detergente.
Inertes las estatuas vivientes, que por 50 centavos, nos convidan de su pisoteada dignidad.
Creo que la gente se para a mirar a los artistas callejeros, solo para quedar bien con las otras personas, que se pararon a mirar antes que ellos, más que para rendir cierta pleitesía a los grupos teatrales que improvisan movimientos clásicos de un Mimo, en los portones de salida del parque Centenario. Toda esta gente parada mirándolos con una sonrisa, sin saber bien por qué siguen ahí sin mirar la pantalla de sus smartphones, pugnan por saber cual de todos ellos va ser el primero en aplaudir, tarea para nada sencilla, debido a la complejidad que conlleva interpretar las pelotudeces que representan aquellos artistas adiestrados en las sociedades de fomento.
Cuando el que actúa es un pelado de bigotes que se hace el karateca, revoleando un cartel de chapa en las manos, es complicado saber bien cuando terminó con su performance actoral.
De todas formas siempre hay un vencedor que ostenta con ser el primero en aplaudir, para luego tirar sobre la manta con sumo orgullo el billete de $2 que le dio de vuelto la vendedora de sahumerios del puestito de la entrada.
Se que lo hacen para aparentar superación, y tirarle unos pesos es una forma de legitimar una distancia clasista. Es una forma de decir: yo soy el señor que aun mantiene la cordura y vos sos el gil que todavía sigue haciendo forradas en la plaza para llamar la atención. Yo ya crecí.
La verdad no me interesa, el verde metalizado en la cabeza de los patos es gratis.
martes, 15 de noviembre de 2011
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