Fue un viernes a la noche donde solté feromonas (otra sustancia natural), cuando vi a una mina sentada en un sillón entre montones de compañeros del trabajo. Era un after-office en San Telmo.
Se llama Sofía, es lo único que sé. Es muy flaca, de ojos marrones a primera vista y verdes recién a la cuarta mirada; su nariz alargada, sobre su boca enorme con labios finos; no tiene tetas, pero es muy alta y ese pelo larguísimo de un color oscuro y claro a la vez, el color que indica que huele bien desde lejos, huele a feromonas creo, por más que las feromonas no huelen.
Las hormonas que enaltecen la belleza, irradiaban de su cabeza, se lo dije y no me creyó, -Nena tenes el pelo lleno de feromonas!, por tu culpa no puedo dejar de mirarte, y sentir la necesidad de acercarme para decirte estas huevadas sobre la química de los cuerpos.
A vos no te interesan, porque tu felicidad pasa por otra parte, y que te pueda causar cierta gracia que yo te lo explique de esta

Sofía sonrío con su boca enorme.